Víctima
Comentaba el otro día en Facebook que lo del pueblo ese que quemó y disparó a Puigdemont en un acto (que es una tradición centenaria) me parecía chusco, algo que poseía una indudable violencia simbólica, y que yo creía –y sigo creyendo- que habría que cambiar. Desde dentro, este tipo de ritos ancestrales no tienen la relevancia y la trascendencia moral que se les atribuye desde fuera, pero viendo hoy las imágenes me sigue pareciendo muy bruta esa personalización del mal (y aún peor cuando se la caracteriza con simbología política: la estelada y el lazo amarillo). Sin embargo, la sobrerreacción que está generando es muy característica de un fenómeno que ya no es nuevo, y que va a más: la consolidación de una cultura de la victimización, y del agravio. Poco a poco se ha ido pasando de la lógica compasión y empatía con respecto al sufrimiento de las víctimas, a la atribución de un estatus moral superior a la víctima por el hecho de serlo, a su beatificación. El resultado es que tod...