De la guerra contra
el lenguaje sexista y otras luchas imposibles.
Estas líneas van dirigidas al movimiento feminista, con cuya lucha,
debo dejarlo muy claro desde el principio, yo me identifico.
El ruido mediático que ha provocado el reciente artículo de IgnacioBosque (de la RAE) ha sido considerable. Un ruido, como es costumbre en
España, que muchas veces nada tiene que ver con el problema concreto que trata
dicho escrito, y se relaciona más con la expresión gritona y plana de
posiciones sectarias y dogmáticas. Espero no caer aquí en el mismo error.
Como muy bien explica el señor Bosque en su artículo, el
sexismo en la lengua existe y es en muchas ocasiones perfectamente evitable, igual que cuando
evitamos insultar a una persona o a un grupo de personas. Yo me voy a referir
aquí a aquellos casos en los que ese sexismo de la lengua no lo es tal en mi
opinión, y a aquellas situaciones en las que ese sexismo, de existir, es imposible de erradicar de forma directa a través de la modificación consciente
de la lengua. Haré especial énfasis en la polémica sobre el masculino plural.
En mi opinión, la lucha contra el lenguaje sexista, tal y
como está enfocada por el movimiento feminista en España, es una total
equivocación. Se trata de un error que tiene lugar en dos diferentes niveles: 1.
Nivel conceptual, socio-lingüístico y 2. Nivel político-estratégico.
1. Nivel conceptual, (sociolingüístico):
No es lo mismo la etimología de una palabra, de una
expresión o la evolución histórica de una estructura gramatical que su
significado actual. Una lengua es un precipitado de pareceres, ideas y
cosmovisiones históricas. En la lengua están sedimentadas, de forma
fragmentaria y caótica, muchas de las visiones e ideas que han regido la vida
de sus hablantes durante miles de años. El resultado, en cualquier momento en
que se considere la evolución de una lengua, es la presencia de términos,
expresiones y estructuras petrificadas, cuyo sentido práctico originario se
escapa por completo a sus usuarios contemporáneos.
La lengua española es por supuesto reflejo de una historia y
de una idiosincrasia que ha evolucionado con la historia. Yo suscribo
totalmente la idea de que el español esconde entre sus palabras, sintagmas y
estructuras profundas una maraña complejísima de conceptos derivados de una de
las ideologías de la dominación más silenciosas, inconscientes, opresoras y de
más tardío desenmascaramiento: el patriarcado.
En el ámbito de los calificativos, en especial en muchos de
carácter vulgar y enfático, encontramos ejemplos muy claros de esto: los términos
positivos son casi siempre masculinos, y negativos los femeninos: cojonudo,
coñazo, etc.
Estos análisis son imprescindibles, y funcionan como necesarias
herramientas desenmascaradoras de una realidad brutal que ha sido invisible
durante siglos. Examinar el lenguaje y sacar a la luz este tipo de asociaciones
simbólicas (por ejemplo: masculino como positivo, fuerte, dominador, sabio…;
femenino como negativo, débil, obediente, incapaz, etc.) es algo sin duda
obligado si queremos desterrar toda esta basura esclavizante al museo de la
historia y de las curiosidades antropológicas.
Sí, es necesario dicho análisis, pero para hacer posible la
transformación social, y con ella, la de la lengua. No al revés. Este es el
principal error, de concepto, que comete el movimiento feminista.
Adecuar sistemáticamente el uso cotidiano de la lengua para que
ésta quede libre de todo “vestigio patriarcal” es un asunto peliagudo,
probablemente innecesario y condenado al fracaso.
Empiezo por lo último. Está condenado al fracaso porque
quien proponga una revisión tal del uso de una lengua demuestra un conocimiento
escaso de su funcionamiento y mecanismos evolutivos. Una lengua jamás
evoluciona de forma substancial en virtud de los esfuerzos conscientes y
directos llevados a cabo por un grupo de personas o colectivo social concreto.
La transformación de una lengua es siempre resultado de un juego caótico y casi
siempre azaroso en el que el entramado social-lingüístico interactúa entre sí y
con el medio, dando lugar a modificaciones, selecciones, adaptaciones y
adquisiciones. Por mucho que insistamos en rechazar el uso de la palabra
“cojonudo” o “fuck”, nuestros esfuerzos mucho me temo que van a ser en vano. De
hecho, en muchas ocasiones el resultado es justamente el contrario al deseado:
la prohibición, o tabuización de un vocablo lo único que consigue a veces es
incrementar su popularidad y su morbo. O no, quizás no pase nada y dicho
vocablo se siga usando como hasta entonces. O, finalmente, nunca se sabe,
quizás se empiece a usar menos, ¿por qué no? O quizás su uso quede relegado a
reuniones clandestinas. Pronóstico imposible. Pero cualquiera de estas posibilidades
sucederá siempre porque los hablantes, de forma inconsciente como colectivo,
así lo han decidido, quizás como consecuencia de un cambio previo acaecido a
nivel sociológico-ideológico.
Y esto ciñéndonos al uso concreto de una palabra, o de varias.
Si nos metemos en estructuras más complejas y mucho más extendidas en la lengua
la cosa es entonces bastante clara: si nos empeñamos en rechazar o introducir
estructuras el fracaso está garantizado. Bueno, en rigor, nada hay imposible, y
al fin y al cabo no estamos hablando de matemáticas, pero es cierto que sería
la primera vez en la historia que sucediera una cosa semejante, algo a tener en
cuenta.
Este último es el caso,
mucho me temo, de la cruzada contra el masculino plural, una guerra que
ya se perdió antes de empezarla. Y está perdida no solo en razón de los
mecanismos de transformación de las lenguas, sino también porque desde un punto
de vista práctico e inmediato no hay
alternativas viables y operativas.
¿Alguien cree que es una alternativa real expresar
sistemáticamente el masculino y el femenino plural para incluir a las mujeres?
NO. Es absurdo, se diga lo que se diga. Además, como bien señala el señor
Bosque, esto no lo hace absolutamente nadie, ni siquiera las feministas. Y es
que no se puede ir por ahí soltando continuamente cosas como esta: “Nosotras y nosotros estamos cansadas y
cansados. Así que nos vamos a casa. Además, tenemos que ir a ver a mi padre y a
mi madre, y a mis hermanas y hermanos. Y vosotras y vosotros, ¿no estáis
cansados y cansadas?”.
Esto no es operativo, y además es un coñazo. No sé si debo
pedir perdón por usar de un término sexista, yo creo que no, y paso a explicar a
continuación por qué creo que no y por qué creo que este es otro error de
concepto.
Efectivamente, la palabra “coñazo” viene de “coño”. Pero es
un error tremendo pensar que una persona que dice “coñazo” está pensando
conscientemente en la palabra “coño” y está, de forma indirecta, haciéndose cómplice
de la discriminación a las mujeres. La etimología de una palabra no es lo mismo
que su significado. La palabra “coñazo” ya no tiene nada que ver en su uso
práctico con la palabra “coño” en la mente del hablante.
El término “petrificado” es importante aquí. Una expresión
puede tener un origen inmediato en otro término o expresión, pero su uso en
muchas ocasiones adquiere connotaciones que van completamente por otro camino.
Ejemplo: Cada vez que un pastor del Cerrato o un vaqueiro de Somiedo dicen “Me
cago’n Dios” es evidente que no están expresando una opinión de carácter
filosófico o teológico, ni siquiera se puede decir que estén refiriéndose a la
religión. Están usando una expresión de la lengua ya petrificada. Solamente en la cabeza calenturienta de ciertas personalidades
dogmáticas este “me cago’n Dios” -dicho como quien dice “parece que despeja”- adquiere
tales connotaciones horriblemente ofensivas para Dios y para sus seguidores.
¿Por qué cuando yo digo “nosotros los trabajadores
españoles” es imposible que una mujer se sienta incluida? A mí me parece que
una mujer era imposible que se sintiera incluida al escuchar una expresión como
esta hace 60 años, cuando las mujeres estaban casi totalmente ausentes del
mercado laboral remunerado y su trabajo no remunerado, casi siempre extenuante,
ni si quiera se consideraba como tal. En la medida en que esta situación
subsista en este momento, y aunque hayamos mejorado bastante, esta expresión en
determinados contextos podrá llevar implícita una exclusión de las mujeres. Si
esto cambiara y llegáramos a una igualdad real éste no tendría por qué ser el
caso. ¿O alguien cree que se sentían incluidas las mujeres británicas cuando en
inglés se decía hace 100 años “we, the British workers, have to stand up for
our rights”? Igualito que las mujeres españolas: nada de nada. Y aquí no hay un
problema de género en la lengua. Quizás, en determinadas situaciones, en las
que es muy claro que el masculino plural puede no hacer suficientemente
explícita la inclusión de las mujeres es una buena idea expresar los dos
géneros, el masculino y el femenino, por ejemplo al comenzar un discurso, o de
vez en cuando en una alocución general. Pero ello no puede ser obligatorio en
todos los casos ni mucho menos sistemático. Me estoy refiriendo aquí en
realidad a la práctica habitual en lengua hablada y escrita de la mayoría de
las personas que sí poseen una sensibilidad en temas de género. Con eso basta.
Si hasta ahora el
masculino plural ha dejado de lado a las mujeres en muchas ocasiones –no en
todas-, es simplemente porque la realidad social en la que se apoya y con la
que interactúa excluye a las mujeres total o parcialmente, así de simple. Si la
sociedad evoluciona, evolucionará la connotación del dichoso masculino plural,
no al revés.
Lo que es casi imposible que suceda es que aparezca una
tercera alternativa, algo como utilizar otra vocal para referirse a los dos
géneros, un género digamos mixto, por ejemplo formado con la letra “i”.
Entonces, para hablar de mujeres y de hombres diríamos cosas como está:
“nosotris lis trabajadoris”. No queda
muy bien. Vamos a probar con la “u”: “nosotrus lus trabajadorus”.
Ridículo, creo yo. Y además, como decía, imposible.
En definitiva, primero cambiemos la sociedad, y las
connotaciones de significado implícitas en la lengua cambiarán. Igual que ahora
no es inconcebible que una mujer “worker” se sienta incluida en la expresión
“we the workers”, pero no siempre, porque en el Reino Unido la situación de
igualdad efectiva entre hombres y mujeres todavía no se da. Como en España.
Sucede lo mismo con del uso de la palabra “quien” o
“cualquiera” en español. Si digo hoy en España: “quien trabaje en la
construcción sabe que…”, o “cualquiera que trabaje en la construcción sabe
que…” todo el mundo piensa que detrás de tales términos están hombres de pelo
en pecho. Sin embargo, si digo “cualquiera que trabaje en el ámbito educativo o
sanitario sabe que…” la cosa ya no está tan clara.
Insisto pues: cambiemos la sociedad, y después el lenguaje
cambiará sus connotaciones, y en
ocasiones incluso algunos usos de vocabulario. En el nivel estructural es más
dudoso que vaya a haber alguna evolución en este sentido, pero en mi opinión tampoco
sería necesaria.
Dicho de otro modo, el problema de visibilidad de la mujer
tiene que ser resuelto primero a nivel real-social, a continuación el lenguaje
visibilizará a la mujer.
Cosa distinta es hacer un uso reivindicativo del lenguaje,
usándolo como un arma de lucha en un contexto determinado. Como cuando se usa el femenino plural para referirse a hombres y mujeres. Esto está bien
y lo acepto como llamada de atención, como herramienta concreta y estratégica,
incluso como acto de provocación y de desobediencia. Pero lo siento, no puedo
aceptarlo como una alternativa sistemática en la lengua cotidiana, por
artificial, y porque en infinitas ocasiones ello podría dar lugar a confusión.
Además, de que, hay que repetirlo, me parecería innecesario e imposible de
llevar a la práctica de forma totalmente generalizada.
Para acabar con este punto, se me ocurre que esto de hacer evolucionar el
lenguaje desde arriba, siquiera fuera de forma limitada, podría llegar a hacer
justamente de enmascarador de la realidad. Como tantas veces sucede, el
lenguaje “correcto” podría, por qué no, llegar a ocultar una realidad para nada
“correcta”. Y así las cosas, todo el
mundo tan contento y satisfecho, hablando de forma rigurosa, para que alguien,
en un futuro lejano, tuviera que volver a utilizar el bisturí para desenmascar
otra vez la realidad que ocultan las palabras, esta vez en sentido contrario.
Pero que no cunda el pánico, todo lo dicho anteriormente creo que demuestra que
esta posibilidad es verdaderamente remota.
2. Error político-estratégico.
Esta guerra contra el lenguaje sexista solo añade confusión,
quita fuerza a las legítimas reivindicaciones feministas y da munición de alto
calibre a los sectores más conservadores e intransigentes.
Este debate hace aparecer a las feministas como fanáticas,
como seres fuera de la realidad con pretensiones ridículas e imposibles. Solamente
hace falta ver cómo han utilizado los medios conservadores el artículo ya
mencionado de la RAE sobre el asunto. Y por los comentarios que he podido leer
al respecto, doy fe de su éxito.
Y desgraciadamente hay que recalcar que el tratamiento que
ha recibido dicho artículo por parte la izquierda y por parte del movimiento
feminista ha sido bastante lamentable: se ha afirmado que dice lo que no
dice, y se le ha tachado de “machista, facha, patriarcal, etc.” muchas veces
sin ni siquiera tomarse la molestia de leerlo.
Por otro lado, es imprescindible reconocer que este tipo de
reivindicaciones referidas a la lengua facilitan muchísimo la tarea del
adversario, porque son de muy difícil defensa, por no decir directamente
indefendibles, y porque muchas veces son sostenidas de forma no matizada ni
informada.
Y para terminar un ruego: no caigamos en los mismos errores
que criticamos. No acusemos, por ejemplo, de antifeminista y patriarcal sin más
a alguien por la sencilla razón de que en un tema concreto no coincida en sus
puntos de vista con la visión más ortodoxa y sí esté de acuerdo por lo menos
parcialmente con las posiciones del bando contrario. Ni rechacemos de entrada
un punto de vista sólo porque sea expresado por el “adversario”. Estos son
vicios típicamente españoles, malísimos y peligrosísimos que yo detesto desde
lo más profundo de mi ser. El mecanismo mental que aquí opera se puede resumir
en el siguiente esquema "silogístico": Yo
soy verde, él es amarillo. Los verdes tenemos razón y los amarillos no. Ese
fulano es amarillo, luego cualquier cosa que diga tiene que ser falsa.
Esta una cosa muy fea, y a todos nos lo deberían haber
inculcado desde pequeñitos en la escuela, sobre todo teniendo en cuenta
nuestros antecedentes históricos. Pero nada. Así nos luce el pelo.
Esto es simplemente una prueba.
ResponderEliminarNo me parece normal poner la lupa de tantos aumentos en el lenguaje no sexista y pasar por alto los malos usos del lenguaje que suceden a diario. Pero es verdad que llama más la atención. Por otro lado, se critica el hecho de hablar de un artículo que seguramente la mayoría no hemos leído en su totalidad; estoy de acuerdo. Por la misma razón, muchas veces se tachan de exageradas, de fuera de lugar,de batallitas, etc, escritos o leyes u opiniones que vienen del "mundo feminista", sin haberlas leído. Yo creo que lo que ralmente sobra es tanto tertuliano/a opinando y faltan buenos periodistas investigando y transmitiendo, informando.
ResponderEliminarEl trato que reciben las reivindicaciones feministas en los medios en general, y en particular en los conservadores, es miserable, manipulador, asqueroso. Los ecos de la caverna resuenan más que nunca cuando se trata de temas relacionados con la discriminación de la mujer. Los niveles de populismo zafio ignorante que se alcanzan en estos temas son insuperables, indicio de hasta qué punto el feminismo está en lo cierto cuando denuncia la hegemonía todavía hoy de la mentalidad patriarcal. El tema saca de quicio, de una forma que va más allá de lo habitual -y eso que estamos en un país muy, muy dado al exabrupto y el salvajismo dialéctico.
EliminarMi texto no entra en otros temas, cierto, oportunidades tendré para ello en el futuro, mucho me temo.
Ahora creía necesario simplemente lanzar una reflexión autocrítica. Yo sigo con mucho interés todo tipo de medios de comunicación y percibo que este asunto del lenguaje correcto no sexista es muy propenso a provocar el chascarrillo machistón, y lo peor es que es muy difícil de contestarse desde lado feminista. Es una forma pistonuda de marear la perdiz y distraernos de la verdadera cuestión importante.
Reconozco tu valor al seguir a los medios de comunicación, yo reconozco que no aguanto ni dos minutos un debata de Intereconomía; de inmediato me pongo a darles voces como si me pudieran oir. El asunto está desequilibrado al predominar los medios ultracentristas (que diría Wyomin) y en la manía de quedarnos con los titulares. Seguramente aquella frase de Bibiana Aído de "miembros y miembras" no fue afortunada, pero ¿era eso lo importante? No se puede ser tan exigentes con el feminismo y tan transigentes con el machismo. No creo que sea difícil contestar desde el lado feminista, lo que hay que hacer es tomarse en serio la contestación, no somos adultos o qué!!
EliminarEsto funciona!!! No entiendo mucho esto de seleccionar perfil, pero bueno, lo que caiga!!!
ResponderEliminarUn tema que debería preocupar a la RAE es lo mal que hablamos el castellano, por ejemplo, en Asturias. En Galicia, Cataluña, ... no lo sé. En Asturias mezclamos asturiano con castellano sin ningún conocimiento de ninguno de los dos. Claro, como el asturiano no es un idioma, no se enseña. Pero se habla, y se escribe. Sólo hay que ver los comentarios del facebook para darse cuenta, u oirnos hablar.¿No sería bueno estudiar los dos idiomas, saber diferenciarlos, saber expresarse correctamente en los dos, sin que eso se viese como un peligro para la unidad de España?
ResponderEliminarPor supuesto que se podría y se debería aprender los dos idiomas. Los ejemplos de Galicia y Cataluña dan un poco miedo, viendo la actitud de algunos garrulos del nacionalismo más intransigente -también del español-. En Cataluña cometen errores típicos derivados del catalán: dequeísmos, "habían muchas personas", etc. De Galicia ahora mismo no me salen errores del gallego, pero seguro que salen a patadas. Es hasta cierto punto normal, siempre que se dé dentro de unos cauces es inevitable, y no pasa nada, y nadie puede decir que Durán LLeida no hable bien el castellano, que lo habla de miedo el muy cabroncete.
EliminarPero no creas que en Asturias se habla tan mal español. Está claro que a veces se mezcla con el asturiano, pero eso es normal. En Castilla no lo mezclamos con el "castellano", pero la gente mete unas patadas a la gramática de cuidado, solo que diferentes. De Andalucía ni te cuento.