CATALUÑA, 4 DE OCTUBRE DE 2017. UN POCO DE PERSPECTIVA.
Se pierde la perspectiva. Se olvida todo. Incluso lo que sucedió hace tan solo un par de
años, o un par de meses, o de semanas.
El 27 de Septiembre
de 2015 el independentismo perdió una elecciones autonómicas que
ellos decidieron que eran un plebiscito independentista. Obtuvieron
un 47,8% de los votos.
Antonio Baños, de
las CUP, reconoció que eso no era aval suficiente para declarar una
independencia y fundar una República independiente. Baños no estaba
siendo honesto, o razonable, estaba solo usando la lógica más
elemental, la matemática democrática más básica: menos de un 50%
es menos de la mitad, luego…
A pesar de todo, el
independentismo decidió que no pasaba nada: “tenemos mayoría en
el parlamento” fue su inaudito argumento en una votación que ellos
mismos habían considerado un plebiscito.
Como habían ganado,
tenían derecho a la independencia, y estuvieron debatiendo unas
semanas cómo se hacía, y cuándo… “La DUI es un hecho, y un
derecho, nos lo hemos ganado porque hemos ganado...”
Al final,
resumiendo, decidieron que no, que eran independientes, pero que
había que convocar un referéndum para “ratificar” su
independencia de facto.
Habían perdido, lo
sabían, pero su deshonestidad y fanatismo les hizo seguir adelante
con el proyecto, sin escrúpulos políticos, ni éticos, ni de ningún
tipo.
Junts pel sí y las
CUP procedieron a desarrollar el marco legislativo que hiciera
posible el desarrollo del referéndum, y la posterior independencia.
El Parlament y el Govern actuó desde el minuto uno después del 27S
como si se tratase del gobierno y del parlamento de un Estado ya
independiente. Y, por supuesto, las leyes del Estado español no les
incumbían, tampoco las sentencias, aunque vinieran del Tribunal
Constitucional. Durante dos años hicieron alarde y ostentación de
dicha desobediencia, eran -y son- Nelson Mandela, Rosa Parks y
Mahatma Ghandi.
No importaba que sus
abogados, y los letrados de la cámara les advirtieran una y otra
vez: “esto es ilegal, esto puede acarrear penas de cárcel, esto es
una desobediencia grave, puede implicar prevaricación y
malversación...”. Todo daba igual, porque el pueblo catalán (47,8%)
clamaba libertad.
Llegaron los días 6
y 7 de septiembre de 2017. Esos dos días se violó todo lo violable
por esas fechas en Cataluña: Constitución, reglamento del
Parlament, Estatut… Todo. No importó que los letrados de la cámara
volvieran a insistir en la ilegalidad de los procedimientos, no
importó que incluso el Consejo de Garantías Estatutarias le diera
la razón a la oposición… No importó absolutamente nada porque
Junts pel sí y las CUP eran los verdaderos representantes del
verdadero pueblo catalán (47,8%).
Esos dos días de
septiembre se humilló a la oposición, que protestó airada e
indignada, desde PP hasta Catalunya sí que es pot. Se recordará
durante años la famosa intervención de Coscubiela.
Quedaron aprobadas
la ley del referéndum y la ley de transitoriedad. Con una exigua
mayoría parlamentaria (52%), y con una minoría de sufragios (47,8%)
se aprobaron dos leyes que venían nada menos que a derogar la
constitución vigente en Cataluña, y que pretendían fundar un nuevo
Estado, una República (que nadie olvide que para modificar una coma
del Estatut de Catalunya la ley exigía y exige una mayoría de dos
tercios de la cámara, como es la norma en todo cambio estatutario o
constitucional).
El 6 y el 7 de
septiembre dejaron bien claro que el independentismo iba a por todas,
al precio que fuera, costase lo que costase, al precio de romperlo
todo, incluidas la ley, todas las leyes, y la convivencia ciudadana.
La campaña y la
celebración del referéndum demostraron que el problema de los
independentistas no era tanto la ley “extranjera” del Estado
español, como la ley en general, porque en la celebración del
referéndum, y en la posterior proclamación de la independencia
rompieron también sin miramientos sus propias leyes -ilegales-: el
referéndum se desarrolló sin junta electoral, sin ninguna garantía
-tampoco las que especificaba la ley del referéndum-, se contaron
los votos de cualquier manera; se anunció el resultado oficial casi
un mes más tarde -cuando la ley especificaba que el plazo era de dos
días...-, se ignoró olímpicamente la opinión de los observadores
internacionales -cercanos al independentismo, los únicos que
aceptaron llevar a cabo ese papel- que no dieron validez al
resultado… Una vez más, todo dio igual, porque el pueblo de
Cataluña pedía libertad y Junts pel sí y las CUP eran sus
verdaderos representantes.
El 27 de octubre de
2017 se procedió a votar la declaración de independencia, porque
así lo exigía el claro mandato emanado de la voz del pueblo que
casi unánimemente había votado en favor de la independencia el día
uno de octubre. Se hizo en secreto, la misma presidenta de la cámara,
Carme Forcadell, advirtió a los parlamentarios que lo que iban a
hacer podía ser ilegal. De ahí que se decidiera votar en secreto,
porque a los mandelas de Cataluña les estaba empezando a dar miedo
de verdad la perspectiva de entrar en una cárcel…
La DUI se proclamó.
Se celebró con sordina, porque nadie se lo terminaba de creer,
porque la conciencia del absurdo a veces se hace abrumadora incluso
en las mentes más fanatizadas. La República Catalana medio-nació
y medio-murió casi al mismo tiempo.
Rejoy aplicó el
155, en una versión exprés y audaz, convocando elecciones para el
21 de diciembre.
Durante unos días
el desánimo y desconcierto cundieron entre el independentismo, los
enemigos de la independencia no pudieron evitar sentir un verdadero
alivio después de tantas semanas de tensión.
Hoy, varios de los
heroicos protagonistas de todas estas hazañas están entre rejas, en
prisión preventiva (una prisión preventiva cuya idoneidad es
discutida por múltiples expertos, y que será revisada en los
próximos días).
Hoy, las calles de
Cataluña arden de nuevo al grito de “libertad presos políticos”.
Hoy debo admitir que
no puedo evitar pensar: triste República la que se pretende levantar
sobre tanta mediocridad, sobre tanta miseria moral, sobre tanta
infamia grotesca.
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