El comodín patriarcal
Hace solo cinco o seis décadas gozaba aún de gran
prestigio lo de explicar el mal en el mundo como una lucha sin cuartel entre
Dios y el Demonio. El rabo de Lucifer era por entonces algo ubicuo, y se podía ver o hacer
sentir su presencia un poco por todas partes: esquinas, oficinas, barras de
bar, hasta sacristías (aunque tenía una cierta querencia por presentarse en la
intimidad nocturna del dormitorio conyugal). Luego, como ayuda auxiliar, estaba
lo de echar mano de la conspiración judeomasónica y bolchevique, que también
obraba maravillas a la hora de dejar todo el ámbito del mal bien telegrafiado y
denunciado.
Hoy en España, bastante entrados en el sXXI, ya tenemos
un poco superado el comodín satánico –a pesar de que no tiene ninguna pinta de
que Dios Todopoderoso haya ganado la batalla contra el mal-. Ahora el que lo
peta es el comodín patriarcal, que es una cosa que sirve para dar cuenta de
casi todo: de la contaminación del aire, a las ineficiencias en el transporte
público, pasando por la violencia sexual (causada por la patriarcal “cultura de
la violación”). Igual que pasaba con lo satánico y judeomasónico –cuyos exorcistas
e intelectuales orgánicos eran consultados a la hora de definir todo tipo de
políticas públicas, con resultados no siempre del todo convenientes-, hoy tenemos
en las mismas funciones consultivas a los expertos y expertas en “perspectiva
de género”, auténtico manual de instrucciones del nuevo comodín. Antes el Cordero de Dios, hoy lo que quita el pecado del mundo es la aplicación del comodín patriarcal (con su “perspectiva de género”), que vale lo mismo para un roto que
para un descosido, que nos ayuda a combatir la injusticia en general y lo aclara
y desenmascara todito todo. Y llámenme raro, pero yo soy de los que piensa que
cuando una cosa pretende explicarlo y solucionarlo todo, lo más probable es que
ni explique ni solucione nada, o casi nada.
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