Por qué detesto a Barbijaputa (manías que tiene uno)

A mí en el fondo siempre me ha movido lo mismo. Desde mis idealistas inicios de pacifismo e insumisión, hasta el momento en que escribo estas líneas, el motor elemental que ha empujado mis convicciones políticas (mis filias y mis fobias) ha sido un rechazo radical y casi instintivo a la brocha gorda y a la autosatisfacción moral de la gente que se cree a bordo de un barco del bien que navega las procelosas y oscuras aguas del mal, de la suciedad, de la impureza y del error. Siempre me ha repugnado el dogma, sobre todo cuando éste venía al rescate de uno mismo y de su grupo, de su santificación y glorificación. Siempre me han jodido sobre manera los gestos elocuentes de autexculpación ante la evidencia del carácter a veces execrable, vil y cruel del mundo que nos rodea: “El problema no somos nosotros, el problema son ellos: los hijos de puta, los corruptos, los delincuentes, los gitanos, los inmigrantes, los mal peinados, los rojos, los azules, los verdes, los mendigos, los vagos, los ladrones, los asesinos… A mí, que me registren”.
Recuerdo casi como si fuera ayer mi indignación ante los aspavientos de dolor y de odio que nos sirvieron durante semanas y meses los medios, en particular las televisiones, cuando el crimen de Alcácer. Las gafas oscuras de Nieves Herrero, los gritos que pedían venganza "¡Pena de muerte para esos canallas!" Recuerdo también el circo alrededor de Dolores Vázquez, y sobre todo tengo aún muy viva en la memoria mis emociones cuando luego se supo que era inocente. Me ponía de mala leche cada vez que escuchaba –quizás en parte por puro masoquismo morboso- a Federico Jiménez Losantos, muy aficionado al uso de la tercera persona del plural cuando se trataba de identificar a “los malos”. "Los malos" para Federico eran -ni que decir tiene- los otros: los progres, los delincuentes –que no entran en la cárcel, y si entran, salen a los dos días-, los rojos, los que odian España, los ignorantes que no comprendían –y siguen sin comprender- su “liberalismo”, la morralla sociata, los nacionalistas, y por supuesto los comunistas. Él era –y es- el portavoz de la gente de bien, del ciudadano honrado y trabajador que paga sus impuestos. Asunto solucionado: si no sabes muy bien en qué lado estás, es simplemente porque formas parte del problema y no de la solución, porque estás en el bando equivocado de la historia. En última instancia, no habrá más solución que quitarte de en medio, ojalá pueda ser por las buenas.
Mi grave error fue uno muy típico, y muy humano: mi ojo tendió a ser más agudo a la hora de ver esas miserias en los demás, y menos en mí y en los que estaban en mi pandilla política. Paradojas no tan paradójicas, en el fondo yo estaba cayendo en buena medida en casi en lo mismo que criticaba y me indignaba sobre manera en los demás. He de decir, en mi descargo, que siempre fui verso suelto, que carecí casi por completo de espíritu grupal, lo que me permitía no pocos escarceos con la crítica -a veces brutal y sin concesiones- a la izquierda, a los míos, con los que no me sentí nunca en comunión beatífica (con la excepción de unos primeros años ya remotos, mi rol en su seno fue sobre todo el de mosca cojonera, más bien escéptica). Y claro, casi por simple decantación, al final te caes del guindo ya del todo. Estaba cantado, era cuestión de tiempo. Ahora lo que percibo es que la mierda nos rodea a todos sin excepción y tiende a no respetar ningún barrio, por más que adopte diferentes colores, olores, sabores y tonalidades.

Resultado de imagen de Barbijaputa¿Ven la imagen esa de Barbi, de Barbijaputa? He de reconocer que solo mirarla a mí ya me provoca casi una cierta sensación de malestar. O sea, que me cabrea. Barbijaputa y el mundo político, ético y social que ella representa me cabrean por los mismos motivos que me cabrearon siempre las soflamas de Jiménez Losantos o los impostados aullidos de dolor autocomplaciente de las masas: “¡Qué horror! ¡Ay que ver cómo está el mundo, es que la gente es la hostia! ¡Cuánto desgraciado anda por ahí suelto!”. La perspectiva moral y política de Barbi no deja de ser la misma. Esta vez los tripulantes y pasajeros del barco del bien son tripulantas y pasajeras (eso los días pares, los impares ni eso; los impares son solo las tripulantas y pasajeras que comulgan alegremente con sus piedras de molino).

(Adjunto un audio del que recomiendo escuchar el fragmento que va del minuto 08:35 al minuto 12:00. Podría haber recomendado otros muchos fragmentos y momentos en unos podcasts que son simplemente delirantes, pero esto es del último, y es suficientemente significativo e ilustrativo de una forma de pensar que, sé que me reitero, a mí me resulta detestable).

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